“Plinio” no es miembro de la Benemérita, sino jefe de la policía local de Tomelloso. Los casos que resuelve casi siempre tienen una componente escandalosa: crímenes de criadas que aspiran a ocupar el lugar del ama, de padres que vengan el honor mancillado de sus hijas. Pero el talante y la técnica de “Plinio” son los de Sherlock Holmes o el padre Brown (más el segundo, a mi entender, que el primero).
Las dos historias que ocupan este librito ocurren, respectivamente, en carnaval y durante la vendimia, dando ocasión al autor para describir estos dos eventos, según transcurren en el Tomelloso de los años veinte. Pero las descripciones están magistralmente engarzadas a la narración, sin estorbarla. Queda por debajo, en cambio, la impresión de que el verdadero asunto de estas novelettes tan bien trabadas es la monotonía de la vida en los pueblos pequeños. Y una incurable nostalgia soterrada, esa “íntima tristeza reaccionaria” de la que hablaba el mejicano López Velarde en un memorable poema. En ese sentido, estas historias pertenecen al mismo género que La calle estrecha de Pla.